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Los tomos de los Varchiloé


Los tomos de los Varchiloé

Libro I

Roth Eaglit, el más joven de los Varchiloé

Ahí me encontraba. Era medio día en Wiselands y el resplandor del sol lo denotaba. El bosque brillaba como nunca antes, y las hojas blancas en brotes de arboles lo materializaban. Por un momento olvidé mi encomienda y me detuve a observar tan imponente imagen; la naturaleza era arte y yo su mas fiel admirador. Observaba la fauna y flora que me alejaba de mis más pesimistas pensamientos sobre la realidad y lo apaciguaba con la inocencia de la natura. Veía una ave de lo más tranquila posando para sus crías sobre un viejo árbol de álamo blanco, famosa por su plumaje dorado, esta águila era signo de sabiduría en nuestro folclor. La equidad era un principio que no se alejaba de aquella ave puesto que no tenía prioridades sobre su nidada. A cada una la alimentaba respecto a sus necesidades e increíblemente traía alimento en proporción al desarrollo de estos animales. Al más grande pues, lo alimentaba a lo mas justo posible, no para que se debilitara al igual que el resto; ni para que se acostumbrara a lo poco, sino para que en su primitiva conciencia naciera la idea de tener presente a sus hermanos. Al mas pequeño se le daba un poco más, así observaría lo importante de no verse disminuido respecto a sus iguales. Y al mediano, era a este ser que le tocaba repartir la comida a sus congénitos; importante era para esta cría tener presente que no importaba lo pequeño y grande que fuéramos, todos merecíamos un servicio adecuado a nuestras necesidades.
En ese momento, entendí que la perfección de la naturaleza abarcaba hasta los más puros principios y valores siempre enseñados a la humanidad a lo largo de nuestra subsistencia, y que eran en estos pequeños escenarios, donde nuestra raza algún día recuperaría su esencia.
 Pasado al poco tiempo, la flota real ya surcaba los cielos de Wiselands, el imponente navío de la reina se hacia sentir en todo el territorio. Ya habían llegado noticias del exterior y yo más que nadie sabia lo inevitable; se acercaba una guerra. Desde el bosque hacia el cielo, se podía observar la real flota de Wiselands, apodada "Golden Eagles"- bastaba solo inclinar la vista para saber que se trataba de la milicia de su majestad. La más grande embarcación llevaba consigo el símbolo de las cuatro naciones: Bravestones, Hopewinds, Joylakes y por su puesto, Wiselands. Rodeada de cuatro tripulaciones diplomáticas cada una situada en los puntos cardinales y circundando la embarcación maestra, se podía observar a lo lejos la forma de una estrella: naves plateadas y vislumbran-tes; echas con el más refinado metal del sur de Wiselands y manufacturadas por los más capacitados ingenieros de la capital. Más aún, se podía contemplar nubes de embarcaciones más pequeñas; centinelas agrupados como bandadas de aves preparados para cualquier imprevisto, y con el orgullo estandarte de estar a cargo de la protección de la mismísima reina. La gran tripulación Golden Eagles descendió a la altura y vista de todo ser que sobre el terreno observara. Una gran onda expansiva golpeó fuertemente el aire y, muy seguidamente y como si fuese un mensaje interminable, los mismos arboles del bosque se encargaban de pasar la fuerza del aire producto de la onda expansiva hasta llegar a mi ubicación. Poco antes de golpearme la misma onda, el pequeño nido de aves había quedado solo. Al parecer, presintieron lo inevitable mucho antes que yo. A un solo parpado, la onda me habría golpeado y caería al suelo dejando todo mi equipaje a un lado. No respondí al mismo instante, pero tampoco demoré la eternidad. Mis ojos se abrieron y mi cuerpo moría de dolor. 

- ¡no podía creer como el azote del aire por aquella tripulación pudo hacerme tanto daño en un instante!.

Sin embargo al intentar levantarme, una hoja de papel se rebozó en mi rostro, torpemente la levante y me acentué en la realidad. La reina necesitaba mi comparecencia de forma inmediata. Desde el momento en que recibí dicha carta, hasta la longevidad de mi viaje, estuve en conmoción. No entendía porque la reina me necesitaba, apenas era un noble estudiante de Rubith, provincia al noroeste de Wiselands, conocida por ser el campus académico más influyente de la nación, que solo albergaba estudiantes y sabios en concentración académica.
En ese entonces pensé que era un simple error de mensajería. Sin embargo el asistir a dichas peticiones era de obligatorio cumplimiento, puesto que el negarse en primera medida se tomaba como traición a la corona; arcaica-mente aún prevalece dicha tradición y se paga con la muerte. Con mucha razón entonces, tomé la decisión de ceder ante las peticiones de la corona y tome camino desde Rubith hasta la capital de Wiselands, Mainest.
Al ver esa hoja, mis manos temblaron. Convenientemente mi dolor se había ido, y este sentimiento fue remplazado por angustia, no sabía que pensar. Tome mi equipaje; re-empaqué unos libros dispersos en el suelo; agarré con tenacidad la carta de la realeza y retomé el camino hacia Mainest. 

- Un fuerte respiro, ceñir el entrecejo y seguir el camino.

Esas fueron mis palabras de motivación. 

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